
Sin estrenar
Cuando a mi madre le regalaban algo bueno, bien podía ser un perfume caro o alguna prenda de marca, siempre lo guardaba. No eran cosas como para usar así por así, había que guardarlas para estrenarlas cuando la ocasión lo mereciera. Con el perfume caro guardado en el armario, mi madre se perfumaba todos los días con una colonia mucho más corriente y barata. El bueno ahí se quedaba, bien custodiado, entre pañuelos bordados, como si más que un perfume fuese una pieza de museo. Así ocurría también con las botellas de vino, las buenas se guardaban siempre para mejor ocasión. Y así, mi madre ha dejado sin abrir o estrenar muchas cosas como esperando el día que realmente mereciera aquel perfume, aquella chaqueta, aquel pañuelo, aquel vino. El día que, de tanto esperar a veces ni siquiera llegaba.
En la canción “Simulacro”, esa obra maestra de Rafael Berrio, dice “temo haberme pasado la vida dejando las cosas para una mejor ocasión que no llega”. Y, como siempre pasa con Berrio, sentimos que conoce nuestras vidas y nos canta solo a cada uno y cada una de nosotros. Porque esto nos ha pasado muchas veces: dejar que llegue un momento mejor para hacer una cosa u otra. Canta Berrio: “Temo haber vivido mi vida como si ello fuera un simulacro, como si yo tuviera el don de vivir por mi dos veces, de haber dejado a un lado la que importa en prenda de una vez futura, y haber malgastado en borradores la presente”. A veces, las ocasiones esperadas, se esfuman.
Entre las cosas de mi madre encontré hace poco el perfume al que me refiero. Está sin abrir, llevará así más de cuarenta años, recuerdo haberlo visto de niña. Y me impresionó tanto verlo, que, al llegar a casa, fui directamente a abrirme un Gran Reserva que me regalaron hace un tiempo y guardaba para una buena ocasión. La ocasión ha llegado, pensé, mientras preparaba una tortilla de patatas. Porque, como canta Berrio, “la vida sucede a medida que sucede y no hay una vida en serio y otra de licencia”.
Emozio gorpuztua
Poza hainbeste jenderen lana Euskal Herriko Unibertsitateak argitaratutako liburu honetan gorpuztua ikustean. Ohore handia da niretzat. Eskerrik asko bihotzez Marijo Olaziregi eta Amaia Elizalderi, artikulua idazteaz gain egin duzuen edizio lanagatik; Bartzelonako Unibertsitate Autonomoko Meri Torrasi, Renoko Unibertsitateko Larraitz Ariznabarretari, Deustuko Unibertsitateko María Pilar Rodríguezi, Nebraskako Unbertsitateko Iker Gonzalezi, eta EHUko Miren ibarluzea eta Ane Villagrani.
Qué alegría ver el fruto del trabajo de tanta gente en este libro publicado por la Universidad del País Vasco. Es un gran honor para mí. Gracias de corazón a Marijo Olaziregi y Amaia Elizalde, además de por vuestros artículos, por la labor de edición; a Meri Torras, de la Universidad Autónoma de Barcelona; a Larraitz Ariznabarreta, de la Universidad de Reno; a María Pilar Rodríguez, de la Universidad de Deusto; a Iker González, de la Universidad de Nebraska; y a Miren Ibarluzea y Ane Villagrán, de la UPV. Eskerrik asko guztioi!


Mundiala
Goizero ikusten ditut, lehen orduan, aitona eta iloba. Aitonak ikastolara laguntzen du mutikoa goizero. Askotan gelditzen gara elkarren alboan, espaloian zain, semaforoa oinezkoentzat noiz irekiko. Eta bitartean, ni adi, haien elkarrizketa entzun nahian. Izan ere, ikusten ditudan bakoitzean egiaztatu nahi izaten baitut egun horretan ere betiko gaiaz ariko diren: futbola. Eta bai, haiengana gerturatzen naizen bakoitzean, entzuten dut mutikoa futbolari baten izena aitatzen, edo talde batena… Eta aitona erantzuten, bai, talde ona da hori, ez dakit noren kontra jokatu behar dute asteburuan… Beti-beti ari dira futbolaz. Eta elkarrizketa bizi-bizia izaten dute.
Askotan pentsatu dut, mutiko horri iltzatuta geratuko zaizkiola betirako bere aitonarekin ikastolarako bidean dituen futbolari buruzko elkarrizketak. Eta nagusitan elkarrizketa haien falta sentituko duela. Ez hainbeste futbolaz hitz egiteko beharra izango duelako, futbolak elkarren artean sortzen zuen lotura ederraren beharra izango duelako baizik. Izan ere, ziur naiz haientzat aurrelari, atezain edo selekzio bati buruz hitz egitea, sakonean, elkarri maitasuna adierazteko modu bat dela, agian adierazteko kapaz diren modu bakarra, askotan ez baita erraza izaten sentitzen duguna bestelako hitzez adieraztea. Gol bat elkarrekin gogoratzea elkarri muxu bat edo besarkada bat emateko modu bat izan daiteke.
Horregatik, futbolak aitona-iloba hauen kasuan hain gauza ederra sortzen duela ikustean, oraindik gehiago gorrotatzen dut futbolak duen beste aurpegi hori, Qatarreko mundialean inoiz baino ageriago geratzen ari dena: dirua, negozioa, ustelkeria, boterea…, kirolaren benetako balioen kontrakoak diren ia guztiak. Non dago elkartasuna, kiroltasuna, taldea… Mundiala gora eta behera gabiltza egunotan, eta nik partidarik ikusten ez badut ere, esan behar dut futbolak eman dezakeen ikuskizun baliotsuenetako bat ikusten dudala ia goizero. Aitona eta iloba maitasunaz hitz egiten, futbolaz ari direlakoan. Hori bai mundiala.
Un pañuelo mojado en saliva
(Artículo publicado en el suplemento Babelia de El País el 02-04-2021)
Miras las manos de tu madre. Sigues atentamente con la mirada las rutas que marcan sus venas, como si así pudieras llegar al origen de algo. Quizás escribes sobre ella por esa misma razón, porque confías en que, llegando al germen, al molde del que has salido, encontrarás por fin alguna pista sobre quién eres y cómo te has construido mientras vivías, sin ser consciente de ello, en aquellas manos.
¿Por qué escribimos de nuestra madre, de nuestro padre? Tal vez sea un intento de recuperar aquella voz que hemos utilizado siempre con ellos. Una voz arriesgadamente íntima que no nos sale con nadie más. Quizás intuimos que, en ese timbre, ese tono, se esconde alguna verdad y confiamos en que, recobrándola a través de la escritura, podremos llegar a la muñeca rusa más pequeña de todas, la que se esconde tras las capas que nos hemos ido poniendo encima con los años.
Recuerdo que, de pequeña, un día mi madre me sacó de casa con tanta prisa que salí en zapatillas. Cuando me di cuenta, ya en la calle, le supliqué que volviéramos, pero se negó, llegábamos tarde al médico. Nadie se va a dar cuenta, me dijo. Nunca he olvidado aquel sentimiento tan profundo de vergüenza. Me hubiese cortado los pies para que el mundo no me viera con aquellas zapatillas de felpa.
Hablar de nuestros padres es una manera de dejar de mostrar a los invitados el salón de nuestra casa para enseñarles el patio donde colgamos la ropa. Es mostrarnos en zapatillas de casa. Es abrir la puerta de un 5º C o un 4º D y compartir su olor, sus voces, el ruido de las cazuelas, del batir de huevos, el sonido de fondo del Telediario en el televisor… Es coger entre las manos esa foto de tu comunión que tus padres aún tienen sobre el mueble del salón, poner tu mano derecha sobre ella, como si fuera una Biblia, y proclamar: Juro decir la verdad y nada más que la verdad.
Escribir tiene mucho de encontrar lo extraordinario y lo misterioso en lo familiar, en lo cotidiano, porque es ahí donde se esconden las verdades, y hablar de nuestros padres nos lleva irremediablemente a ese espacio íntimo, a ese álbum familiar de fotos que describe con tanta precisión el gran Rafael Berrio en una de sus canciones.
Allí encontramos lo que nos dijimos, pero, sobre todo, lo que nos dejamos sin decir. Y esos silencios familiares, todas las palabras no dichas a nuestros padres, esas lagunas que tanto escuecen, sobrevuelan la necesidad de escribir sobre ellos.
Escribes de tu madre o de tu padre cuando al entrar en su casa te encuentras telarañas en el cierre de la dentadura, como canta Quique González, y sabes que llegas tarde. Cuando el silencio familiar, al no haberse rectificado a tiempo, se ha convertido ya en cemento.
Se puede escribir sobre tus padres desde el ajuste de cuentas como hizo Kafka; desde el homenaje, como ha hecho Manuel Vilas; desde la comprensión, como Elvira Lindo; desde un apego feroz, mezcla de odio y amor, como Vivian Gornick; desde la búsqueda de la mujer que se esconde tras la madre, como Annie Ernaux; o desde la añoranza por seguir siendo el niño que vive en las manos de su madre, como Antonio Gamoneda.
Pero se escribe sobre todo desde la culpa. La culpa es uno de los grandes motores que nos impulsan a escribir sobre nuestros padres. La culpa por no haberlos visto a pesar de haber estado a su lado todo el tiempo, por haber sepultado sus nombres bajo unos rígidos y pesados roles de madre y padre.
En la mayoría de los casos ese sentimiento de culpa se acrecienta cuando miramos a la madre, porque somos conscientes de que el padre por lo menos ya tenía un nombre fuera, era alguien con sus compañeros de trabajo o con los amigos con los que se tomaba unos vinos.
Escribir sobre nuestra madre es también destapar la realidad de aquellas mujeres a las que en su cumpleaños se les regalaba una plancha.
Escribes sobre tu madre cuando, tras su muerte, abres su armario y sientes la necesidad de rellenar con un cuerpo de mujer esos cuellos y esas mangas que cuelgan de las perchas; de adivinar para quién se ponía el collar de perlas que encuentras en su joyero; de preguntarte si alguna vez estuvo enamorada de tu padre o deseó a algún otro hombre. Es buscar a la mujer, a la persona, bajo ese fantasma que cuelga tras la puerta de su habitación en forma de bata de casa.
No es casualidad que escribamos de nuestros padres, sobre todo, a partir de una edad, cuando mueren o cuando no los reconocemos en esos ojos empequeñecidos por la vejez. Creo que el desamparo que sentimos al ser conscientes de que ya no seremos más el niño o a la niña al que cuidaban, que nadie nos va a cuidar nunca más así, es precisamente, otra de las grandes razones que nos lleva a escribir sobre ellos.
Se escribe desde ese vacío, desde esa orfandad. Porque lo que más añoramos de nuestra infancia no son las pagas del domingo, ni jugar al escondite por la casa, ni merendar con margarina. Lo que realmente echamos en falta a partir de una edad es tener la seguridad de que siempre habrá alguien con un pañuelo mojado en saliva dispuesto a limpiar los restos de desayuno de nuestros labios.
No soy yo
Frankfurteko Liburu azoka
Amaren Eskuak, Aitaren etxea
Señoras
Hay mujeres que salen a andar y parece que les persiguen los años. Van tan rápido que parece que estuvieran intentando escapar de cumplirlos. Muchas veces van acompañadas por una amiga, hablando, sí, pero sin mirarse a la cara, sin despistarse, que hemos venido a andar, todo muy profesional. Y parece realmente que los años no consiguen alcanzarlas, porque, aunque ya llevan unos cuantos encima (hace ya décadas que se acostumbraron a que les llamen “señora”), se las ve tan convencidas de lo que están haciendo, tan dignas, con sus mallas, sus zapatillas y su chaqueta de andar, que da gusto verlas.
Es siempre una incógnita saber si vamos a llegar a su edad y si es así, cómo vamos a llegar, pero no hago más que ver mujeres de sesenta para arriba que son todo un modelo de vida activa, de ilusión, de curiosidad… No hay más que ir a una charla para comprobar que la mayoría de las asistentes son mujeres, muchas de ellas mayores. Y no creo que sea casualidad, porque muchas en su juventud no tuvieron la oportunidad de estudiar, o de estudiar lo que querían; de tener tiempo para el ocio, para ir a in museo, una conferencia, para leer, para hacer deporte; muchas solo han podido tener vida pública junto a sus maridos…
Y ahora, han llegado a una edad en la que, en lugar de pensar que es ya demasiado tarde, en lugar de decirse, chica, a dónde vamos ya con esta edad, han decidido exprimir la vida y van a la piscina, a andar, al teatro, al cine, se apuntan a un taller de lectura…Da gusto verlas. Son un ejemplo de personas que no se rinden ni ante las arrugas, ni ante la soledad, ni ante el dolor de articulaciones, ni ante el qué dirán. Las admiro.
He escrito que salen a andar y parece que les persiguen los años. Quizá debería haber escrito que no son los años los que las persiguen, que son ellas las que persiguen a los años, porque han decidido conscientemente qué hacer con los que les quedan de vida.
Andrak
Ibiltzera ateratzen diren andre batzuk, hain doaz azkar, urteak atzetik segika dituztela ematen du, haiengandik ihes egiten saiatzen ari direla. Askotan lagun batekin joaten dira, hizketan, bai, baina elkarri aurpegira begiratu gabe, despistatu gabe, oso modu profesionalean, ibiltzera atera direla ahaztu barik. Eta esango nuke benetan lortzen dutela atzetik segika dituzten urteak urrun uztea, gainean batzuk badaramatzate ere (aspaldi dakite besteen begietara “andrak” direla), hain ikusten dira konbentzituta egiten ari direnaz, hain duin, beraien malla, zapatila eta ibiltzeko jakekin, gozamena ematen du haiek ikustea.Haien adinera iritsiko garen eta, hala bada, nola iritsiko garen jakitea beti da zalantza, baina hirurogeitik gorako hainbat emakume ikusten ditut bizitza aktiboaren, ilusioaren, jakin-minaren eredu direnak. Guztiontzako eredu izan daitezkeenak, haien jarreragatik. Hitzaldi batera joatea besterik ez dago, bertaratutako gehienak emakumeak direla egiaztatzeko, haietako asko adinekoak. Eta ez dut uste kasualitatea denik, gaztaroan askok ez baitzuten aukerarik izan ikasteko, edo aisialdirako denbora, museora joateko, hitzaldi batera, irakurtzeko, kirola egiteko… Askok senarrarekin batera bazen bakarrik izan dute bizitza publikorako aukera. Eta orain, ikusten ditut eta benetan pozten naiz, bizitza zukutzea erabaki dutelako: igerilekura doaz, antzerkira, irakurketa talde batean ematen dute izena… Iruditzen zait eredu direla ez dutelako amore ematen ez zimurren aurrean, ez bakardadearen aurrean, ez artikulazioek eragindako minen aurrean edo besteek esango dutenaren aurrean. Miresten ditut.Urteak atzetik segika balituzte bezala ibiltzen direla idatzi dut, baina agian idatzi beharko nuke ez direla urteak haien atzetik dabiltzanak, beraiek dabiltzala urteen atzetik, geratzen zaizkien horietan zer egin nahi duten erabaki dutelako jadanik.