Una ventana entreabierta. Un poco de viento la abre, alzando las finas cortinas como si fuesen humo. Y de repente, el aire del exterior y el del interior de la casa se entremezclan. No hay quien distinga un ambiente del otro. Respiras ambos como si fuesen uno. Ya se han convertido en uno, en realidad.
Como el aire, así se mezclan en nuestras vidas realidad y ficción, lo que vivimos por fuera y lo que experimentamos en nuestro interior. Somos ambas cosas, lo que hacemos y lo que soñamos. Y, sin embargo, solo le otorgamos el título de real a lo que hacemos, lo tangible, lo que podemos tocar.
Es habitual que a las personas que se dedican a escribir les pregunten qué parte de verdad hay en sus libros. Realmente, quien lo pregunta, no se está refiriendo a la verdad, sino a lo que la mayoría de la gente llama realidad. Lo que le están preguntando es si le ha pasado algo de lo que cuenta en el libro, como si lo que le pasara a una persona en lo que llamamos realidad fuera más verdadero y más real que lo que ocurre en el campo de sus deseos y de sus sueños.
No creo que haya más verdad en las palabras que decimos que en las que pensamos, como no creo que sea más verdadero lo que hacemos en la realidad que en el campo de los sueños y los deseos. La vida, en realidad, es más pequeña que los sueños. La realidad ocurre y tiene a su favor que es tangible, que puede tocarse con las manos como se toca un tenedor o un secador de pelo. A los deseos, sin embargo, es difícil alcanzarlos con las manos, pero por esa misma razón son más difíciles de destruir. Los sueños son como notas de piano que la realidad, con su ruido, sus gritos y sus voces, puede convertir en inaudible. Pero nadie puede impedir que, a pesar de ello, esas notas sigan sonando en nuestro interior, recordándonos que la realidad no es lo mismo que la verdad. Verdad es los sueños mientras duran. Y algunos pueden durar toda una vida. Solo hace falta que sople un poco de viento de vez en cuando, para que la ventana se abra y los deje respirar.