¡Pica!, se ha quejado la niña cuando el hombre la ha besado en la mejilla. La barba de un día de su querido tío ha raspado su delicada piel como la lija. El tío se ha reído, bromeando, le ha dicho que sí, que los piratas como él tienen la barba dura, que pinchan como los erizos de mar. Jo, jo, jo. Pero en el fondo, se ha quedado con pena de no poder dar un beso a su sobrina, y, aunque no lo quiera reconocer, le ha dolido un poco su rechazo.
El hombre se ha pasado la mano por la barbilla y le ha parecido normal que la niña no quiera darle un beso. Es como pasarse un cabracho por la cara. Y ha pensado que no solo su sobrina, sino muchas otras personas, lo vean quizá así, como un hombre al que no se puede acariciar la cara, un hombre que no sirve para dar besos ni para rozar cariñosamente su mejilla con la de un ser querido. Su imagen, con esa barba dura, no la asocia nadie a un hombre suave, delicado, cariñoso, incluso débil como se siente muchas veces.
Porque lo que no saben es que bajo esa barba dura se esconde una piel muy suave, muy sensible, tanto que cada vez que se afeita se le irrita o se hace alguna herida. Una piel que se queja cuando le pasa la cuchilla y que anhela que la acaricien y la quieran.
Su sobrina le ha dicho que pica y se ha apartado. No es algo nuevo. También en la vida hay mujeres a las que ha querido que han acabado alejándose de él, no porque su barba picase, sino porque no ha sido capaz de mostrarles su piel suave, su parte vulnerable, su corazón desnudo. Siempre se ha visto obligado a mostrarse ante todo el mundo como un hombre seguro, valiente, incluso un poco canalla, porque le han contado desde pequeño que es lo que le corresponde; porque los piratas como él tienen la barba dura (jo, jo, jo), y junto a la saliva, tienen que tragarse todos los días erizos de mar, peces araña, cabrachos y sabirones. Así es como les pica en la garganta la ternura que no han aprendido a mostrar.