Palabras

Borra lo que he dicho. Él terminaba muchas veces las frases así, como queriendo deshacer al instante lo que acababa de construir con las palabras. Como si fuera posible borrar las palabras una vez dichas. Como si las palabras de la vida real fueran tan etéreas y volátiles como las utilizadas en una campaña electoral. A ella se lo dijo muchas veces. Que borrara aquellas “palabras cursis” que se le escaparon un día y con las que se sintió demasiado desnudo y vulnerable, o que borrara aquellas otras horribles palabras que un día salieron como serpientes venenosas de su boca cuando tuvo aquel ataque de ira y celos. Bórralas, le insistía, y ella le respondía que sí, que no fuera pesado, que ya las había olvidado.  

Pero las palabras, una vez dichas, nos persiguen, sobrevuelan nuestras cabezas como buitres, esperando el mejor momento para volver a clavar sus garras y sus picos en nuestra piel desnuda. A veces su recuerdo nos inyecta gasolina en las venas y barniza con miel nuestra garganta. Pero otras veces, las palabras que un día fueron dichas nos atacan como un enjambre de abejas y no nos dejan ver más allá de un borrón negro en el aire, que nos ciega y nos envenena.

Las palabras que decimos en la vida van formando uno de esos grandes puzles de mil piezas que hay a quien le gusta encolar y colgar enmarcado en las paredes de su casa. Sólo que en este puzle no vemos paisajes idílicos de Canadá, ni panorámicas de Nueva York, sino nuestro propio reflejo, porque si somos algo, somos las palabras que hemos dicho y las que hemos callado. Por eso a veces al puzle le falta alguna pieza, que queda perdida bajo el sofá o la alfombra.

Borra lo que he dicho, le decía él, y ella que sí, que no fuera pesado, que estaba olvidado. Nunca le dijo que las palabras dichas pesan tanto que a veces se quedan encoladas en nuestro pecho como un puzle de mil piezas que muestra un paisaje con un camino sin retorno.

Tiempo

Somos tiempo, me ha dicho, mirándome a los ojos. Y esas dos palabras, somos tiempo, han puesto en marcha un programa de centrifugado en mi estómago. Mi amiga ha cumplido cincuenta y ocho años y me confiesa, mientras tomamos un café, que siente que la vida se le escapa de entre los dedos. Y mientras lo dice, angustiada, dando vueltas al café como si fuera el cosmos, en sus ojos grandes y profundos me ha parecido ver de repente el reflejo de la humanidad entera, hombres y mujeres naciendo y muriendo, amándose y matándose, riendo y llorando, nubes pasando rápido por el cielo en un día de viento, árboles ahora frondosos, ahora desnudos… toda la vida pasando veloz ante mí en una mirada.

Me habla de su cuerpo, de las consecuencias del tiempo en el mismo, de que, aunque a veces le tienta intentar empezar una nueva relación, después de los años en los que lleva separada, ya no se atreve a mostrar su cuerpo desnudo a nadie, quién va a desear un cuerpo que ya no aguanta la tensión, un cuerpo que imagina desparramándose sobre el lecho de amor como una masa en un molde. Le gusta un compañero de trabajo, pero no lo va a intentar.

Mientras me habla, miro de reojo la portada del periódico sobre la mesa: un nuevo informe sobre medio ambiente habla del choque frontal entre el actual modelo de desarrollo humano y la viabilidad del planeta, sobre un mundo al que, de seguir así, también se le acaba el tiempo. Y me viene a la cabeza una frase de Thoreau:“Contened el tiempo. Seguid las horas del universo, no las de los trenes”. Y entonces le pregunto por qué no contiene el tiempo alrededor de ese compañero que tanto le gusta y se olvida del reloj. Por qué no saborea ese deseo que siente, un deseo vivo, que demuestra que su cuerpo, a pesar de todo, sigue vivo también. Me mira de reojo, me sonríe cómplice, y de repente, en el brillo de sus ojos siento la fuerza de un océano, un oleaje de espuma blanca que lo inunda todo… De repente, en sus ojos, veo la salvación del mundo.

Denbora

Denbora baino ez gara, esan dit, begietara begira. Eta haren begiradaren sakontasunak zauria eragin dit sabelean. Nire lagunak berrogeita hamazortzi urte bete ditu eta elkarrekin kafe bat hartzen ari garela bere ezinegona aitortu dit, denborak atzamarren artetik ihes egiten diola sentitzen duelako. Eta, urduri, kafeari kosmosa balitz bezala bueltak ematen dizkion bitartean, bere begi handi eta sakonetan iruditu zait gizateria osoaren historia islatzen dela, eta bat batean, han ikusi ditut hainbat gizon eta emakume jaiotzen eta hiltzen, elkar maitatzen eta gorrotatzen, barreak eta negarrak, zeruan abiaduran doazen hodeiak, orain hostotsu eta orain biluzik dauden arbolak…bizitza osoa nire aurrean igarotzen begirada baten barruan.

Bere gorputzaz hitz egin dit, denborak utzi dizkion arrastoei buruz, eta aitortu dit, banatu zenetik hainbeste urte igaro ondoren, batzuetan izaten duela harreman berri bat hasteko tentazioa, laneko gizon bat gustatzen zaiola, baina ez dela ausartzen bere gorputz biluzia inori erakusten. Nork desiratuko du halako gorputz bat, tentsiorik gabekoa, behin arropa kenduta molderik gabeko masa baten moduan zabaltzen dena.

Hitz egiten didan bitartean, mahai gainean dagoen egunkariko azalean ingurugiroari buruzko txosten baten berri ematen dutela ikusi dut. Egungo garapen ereduak eta planetaren biziraupenak talka egiten dute. Hala jarraituz gero, munduak, nire lagunak bezala, iraungitze data duela pentsatu dut. Eta burura etorri zait Thoreauren esaldi bat: “Eutsi denborari. Jarraitu itzazue unibertsoaren orduak, ez trenenak”. Orduan lagunari galdetu diot ea zergatik ez dituen erlojuak ahazten eta ez dion eusten denborari gustatzen zaion lankide horren inguruan. Zergatik ez den saiatzen desio hori dastatzen, bizirik dagoen desio bat, bere gorputzak ere bizirik dagoen seinale. Orduan lagunak begi-bazterretik begiratu dit, konplizitatez, eta bat batean, bere begiradaren distiran ozeano baten indarra sentitu dut, dena bits zuriz estaltzen duen olatu handi bat… Bat batean, haren begiradan munduaren salbazioa ikusi dut.