La misma ciudad

Tres mujeres pasean por el Paseo de la Senda hacia Armentia. Es esa hora de la tarde en la que todavía los suelos de muchas cocinas están mojados. Alguien ha recogido ya la mesa tras la comida, ha fregado los platos, ha dejado la puerta del balcón abierta para que se seque el suelo recién fregado. Ese alguien se ha enfundado el chándal y pasea ahora con sus amigas hacia Armentia. Aprovecha esta hora en la que no la espera el marido, que se echa una cabezada en el sofá frente al televisor; no la esperan los nietos que recogerá y llevará a su casa a merendar por la tarde. Es su hora, la del paseo con sus amigas.
Tres mujeres pasean hacia Armentia, pero podrían ser tres mujeres paseando a esa misma hora en cualquier pueblo o ciudad: en ese mismo momento seguro que hay otras como ellas por el paseo entre Zarautz y Getaria, por la vía entre Lekeitio y Oleta, en los alrededores de Eibar o por la ruta del anillo verde de Bergara.
Muchas cosas parecidas ocurren al mismo tiempo en distintos lugares. Cada pueblo y cada ciudad tiene su personalidad, su paisaje; pero a la misma hora es muy probable que en unos sitios y en otros estén ocurriendo cosas muy parecidas. Los coches impacientes aceleran y frenan, aceleran y frenan, con sus luces rojas, con sus niños y niñas en los asientos de atrás, minutos antes de las nueve de la mañana, antes de entrar en clase; a media mañana en la frutería y la carnicería se oyen las mimas frases, la última, servidora; cuántos dedos teclean al mismo tiempo palabras y números en un ordenador en tantas oficinas; cuántas manos se mojan, se hielan, en trabajos en la calle, metiendo tubos bajo la tierra, colocando tejas en las alturas; cuántas personas tosen a la vez en las salas de espera de tantos ambulatorios.
Tres mujeres pasean por el Paseo de la Senda hacia Armentia. Son solo tres, pero al mismo tiempo son miles. A esa misma hora, pasean tantas otras por Elgoibar, Tudela, Dulantzi, Azkoitia, Amurrio, Bilbao, Barakaldo… Porque vivimos en distintas ciudades, pero en ese espacio en el que alguien recoge la mesa, friega los platos y deja la puerta del balcón abierta para que se seque el suelo recién fregado, vivimos en la misma ciudad, en el mismo pueblo.

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